domingo, febrero 26, 2006

La coja acosada (o "Grandes recuerdos de todos los tiempos en el toca cd”)


Con trapero en mano descansaba del izquierda-derecha del arte de trapear. Su trabajo no era gran cosa: limpiar el suelo del mall, despegar los inoportunos chicles que frecuentemente mascaban los halitosos transeúntes. No la pasaba mal acompañada de las canciones que tanto le gustaban. Su canción favorita era Te Amo de Franco de Vita, la que escuchaba todas las mañanas durante el viaje hacia el trabajo. Más tarde, mientras trapeaba, ponía play a ese disco de Grandes recuerdos de todos los tiempos, que contenía boleros y baladas inolvidables; Las palmeras de Alberto Cortez, era el tema que más le animaba al momento de encomendarse a ese sabroso movimiento del izquierda-derecha. Bastaba con observarla unos minutos para percatarse de la discapacidad de uno de sus pies, que solventaba con un zapato mucho más alto que el otro. Sin embargo el ritmo y la pasión por sus canciones los llevaba en las venas. ¡Cuánta reminiscencia sentía a través de esos temas! Fuera de los audífonos del toca cd se hallaba otro mundo, un mundo del que no se sentía parte, un espacio barroco que la confundía al punto de no entender al gentío consumista que veía ir y venir, con sus barquillos bicolores bañados en chocolate, de un lado a otro, enajenados; gentío que no le permitía llevar a cabo su tarea en menos tiempo. “Prostituyen su dinero”. “Inmundos”, a más gente más trabajo yo" - pensaba. Cerca de las cuatro de la tarde sonaba el tema de Los Red Juniors Al pasar esa edad, el tema de los quince años que le hacía recordar a su hijita muerta en una discoteca del barrio. La pobre niña había fallecido carbonizada en un incendio.

El jefe no le agradaba porque le decía que sus ojitos eran como dos lucecitas que debían ser apagadas, pero… ¿A qué se refería con eso? Es por esta razón que nunca le dio confianza ese hombre, lo consideraba un mirón degenerado y es más, cada vez que le tocaba el pago le decía a su compañera que le retirase el sobre con el dinero. Pero la estrategia para esquivar al tipo funcionó sólo para tres sueldos, hasta que el hombre se percató del plan y tomó cartas en el asunto.

Arena blanca mar azul de Albano & Romina Power escuchaba al terminar la jornada, cerca de las doce de la noche, cuando el silencio del mall era imperturbable, pero ella no lo sabía porque siempre estaba conectada con la música. Fue en ese silencio sepulcral cuando el jefecito la enfrentó. Él esperaba que la coja se desconectara de esa dosis melodiosa de energía, pero ella ni se inmutó ante la patética figura del tipo. Continuó la operación con el trapero hasta sentir un leve apretón en el trasero. Impactada se apresuró y volteó hacia él, y tras un tambaleo a causa de la pérdida de estabilidad de sus piernas no tuvo mejor idea que introducir el trapero en el tiesto de lavaza y mojar al hombrecillo engominado, que tantos aires de dandy se daba. Ella no lo pensó dos veces, estaba en juego su trabajo y su dignidad de mujer, y ante tal hecho no tuvo alternativas. Más bien podríamos decir que fue involuntario. El hombrecillo enfurecido con un manotón le arrancó los audífonos que cayeron violentados a esa pulcra superficie de adoquines blancos y negros, aparentando una pieza más en el tablero de ajedrez; esta vez la reina era avasallada por el rey. Ella sintió mareos, como si algo en su visión anduviera mal o su sistema nervioso hubiera colapsado, el jefe ya no era uno, sino cuatro, cuatro bocas, ocho ojos, cuatro narices, mas no podía hablar. El sinvergüenza del jefecito ahora le estaba acariciando el cabello y le animaba a olvidar el licencioso inconveniente mediante frases enaltecedoras: “Qué bellos ojos. Esas lucecitas esperan ser apagadas”, "algo especial tienes, mi coja". Ella recordó entonces haber visto al indecoroso jefe espiándola desde la puerta de personal de servicio que generalmente se mantenía entreabierta, con el fin de hacer más cómodo el arrastre de los basureros hacia la salida del mall. Y como si ambos se hubieran conectado telepáticamente el hombrecillo le dijo: “Te he estado observando mientras trabajas y he visto esa soltura en tu cuerpo, ¡Qué bien que te mueves chula!”. Mientras ella miraba pavorosamente los pálidos labios del sujeto y retenía esas escandalosas frases oyó una canción que desde el suelo llegaba a los radares de sus oídos: Perfume de gardenias de Chabuca Granda. Anheló profundamente tener los audífonos sobre sus orejas y el trapero en mano para continuar con lo de siempre, con lo que le hacía bien. Recordó también a su hija, pensó en el destino, deseó estar en ese momento junto a la niña en casa, las dos sobre la cama tendidas, mirando las noticias por televisión; en realidad era a Amaro Gómez-Pablos a quien esperaría cada noche, su animador preferido.
Al día siguiente se dirigió a la inspección del trabajo, hizo ahí todo lo que tenía que hacer. Al jefecito engominado lo despidieron. Ella estaba orgullosa de su felinidad, su astucia de mujer fuerte y resuelta le hacía sentirse como una guerrera justa. Una nueva jornada comenzaría. Sólo pidió una cosa a sus superiores: “quiero trapear al ritmo de mis canciones, que es el ritmo de mis recuerdos”. Y continuó con su tarea, parecía tranquila y feliz mientras remojaba el trapero en la caja de lavaza y luego lo estrujaba; esta vez sonaba Mi eterno amor secreto de Marco Antonio Solís. ¿Habrá sido por el jefecito engominado?

1 Comments:

Blogger Gabriela said...

Quizàs a cuantas mujeres les gustaría contar que mandaron a la cresta a sus jefes acosadores, porque muchas no se atreven a denunciarlo, aunque con el correr de los tiempos puede ser distinta la situación.
Te quedó muy linda tu historia, me imaginé a la coja, mirando pasar a toda la gente a su alrededor y ella con su banda sonora dentro de sus orejas, moviendose al ritmo y esperando que el turno se terminara.

4:15 p. m.  

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