viernes, enero 20, 2006

Ya no soy hombre


(En la cama, antes de dormir)

Harold: Tu siempre estás acusándome de desilucionador. Te desilusiono porque las cosas no salen como esperas. Y ya estoy harto.

Yuri: El problema es que eres fome. Me aburre estar contigo a veces porque no me cuentas cosas.

Harold: ¿Y tu crees que yo soy tu payaso? Disculpa por no hacerte reír siempre.

Yuri: No se trata de eso.

Harold: Si no estás entretenida te quejas de inmediato. Yo también debo hacer mis cosas, ver las noticias, los goles y limpiar mi casa. Yo vivo solo y tú vives con tus papás.

Yuri: ¿Y tu crees que mis padres son mis sirvientes? Si a ti te han criado así está muy mal. Yo siempre hago cosas en mi casa, debo cocinar, limpiar, ir a comprar y pagar las cuentas, como tú. La diferencia está en que no debo manejar el dinero de la casa, o estar complicado porque falta plata para comer mañana, por que tú te tomas la plata.

Harold: ¿Ahora me tratas de borracho?

Yuri: Pero si lo eres. Tienes problemas de trago. Es tristísimo. Por eso pienso que puedo ayudarte, cuidarte de los vicios.

Harold: Nada que ver. Lo que pasa es que tú no me dejas ser, siempre me estás controlando con tus miradas.

(Yuri se lanza sobre Harold, abrazándolo y besándolo)

Harold: ¡Qué! Ahora me das besos cierto. Después de que me has criticado todo el rato. Pero qué haces, ay, ah, ya… basta, no me toques, no es momento. Mmm, ah, ah, te dije que bas…

Yuri: (al oído de Harold) No quiero pelear más. ¿Acaso me vas a negar que te encanta esto? Yo sé que no puedes rechazarme. Te encanta que te hable al oído, ¿no es cierto?

Harold: No, no. Ya déjame.

Yuri: Qué fácil es convencer a los hombres.

Harold: Ya no soy hombre.

jueves, enero 12, 2006

La tía Lili y su zanahoria.


La tía Liliana siempre me llamó la atención desde pequeña. Su gran trasero masoso le daba un toque gelatinoso que me encantaba apreciar. En los encuentros familiares siempre vestía faldas ajustadísimas en las que se estampában sus poderoso gluteos. Claro que no sólo me referiré a su eminente trasero, porque también su picardía me impresionaba. Tan simpática ella y buena para el tandeo, con una copita ya se le subían los humos a la cabeza y se ponía una zanahoria entre las piernas para imitar a un falo humano. Cosas que suceden en la familia. Recuerdo que cuando la conocí yo tenía nueve años, de hecho los había cumplido hace poquito, y ella fue a mi casa a saludar a mi madre. Esto ocurrió una tarde de octubre, pero nadie sabía lo que se avecinaba para más tarde. Llegaron otros invitados y se armó un cuento. Tiraron unas carnes a la parilla y las ensaladas estában todas bien dispuestas sobre la mesa del patio. Todos alegres con su vaso de ponche en la mano, conversando de la vida, mientras algunas mujeres terminaban de dar los toques finales a la comida: carne a la cacerola con papitas duquesas.
El esposo de tía Lili es un señor serio pero muy bueno para el trago. Canosísimo viste esos mocacines antigüos de color café, esos que tanto mataron en una época remota. Son un matrimonio un poco complicado, tía Lili amenaza constantemente a su esposo de dejarlo en Santiago y partir para Iquique, porque allá se pasa bien y la gente es más relajada. Pero más bien quiere estar allá porque así no le molestarán las viejas de la familia del esposo, esas que están al hacecho de sus locuras y bailes medios frenéticos; esas viejas la observan y con la mirada la enjuician. Seguramente pensarán que es una suelta, pero es que no la saben entender, ella es loca, sí, pero simpática y alegre, y aunque vieja parece tener un espíritu jovialisísimo.
¿Y que pasó esa noche? Tía lili estaba sentada, conversando, como siempre con un kent one en la mano y ese pañuelo sobre la espalda que le da un estilo hippie. Las visitas en calma, pero moviendo poquito a poco los pies por el efecto de la música. Algunos se levantan de sus asientos y comienzan a bailotear, y un viejo saca a bailar a tía Lili. Ella encantada acepta y trás unas cuántas piezas de baile abandona al anciano y se dirige a su asiento. Está loca, loquísima, contenta y acalorada. Me pide que le sirva un vaso de ponche. Escucho que nuevamente está hablando acerca de las viejas sapas que la atormentan y no la dejan expresarse libremente; se enfada y tras terminar el ponche va en busca de la zanahoria y se la vuelve a poner entre las piernas meneando la pelvis. Algo la aqueja, tal vés el cansancio y la falta de aire. Agarra la zanahoria con la mano izquierda, la levanta sobre su cabeza, la besa, y luego cae rendida al suelo. Dicen que es un paro cardíaco, otros que se ha desmayado.

miércoles, enero 11, 2006

De las cosas que acontecieron buscando trabajos part-time



Todos en algún momento de nuestra juventud sentimos la necesidad de autosustentarnos, o al menos de medio-autosustentarnos. Sustentarse en el sentido de “tener plata para hacer lo que los padres no te ofrecen”, o en otras palabras es algo así como “juntar plata para viajar”, al menos en mi caso.

Estás pensándolo desde hace unas semanas, quieres conseguir trabajo. Te dices a ti mismo: “mañana iré a tirar currículos” y pasan tres días para volver a decir: “mañana si que si”, y luego te das cuenta de que has perdido una semana flojeando, sentado frente a la señora computadora que te enajena con la inmensa cantidad de información a la que puedes acceder una vez que pinchas con el ratón en “conexión a internet”. La flojedad que experimentas es responsabilidad tuya, puesto que te faltó voluntad para levantarte temprano por la mañana y salir a chupar penes a las pseudo-empresas que requieren pajaritos para unos cargos de mierda, como garzón o encuestador.

Harto de tu flojera con la frente en alto decides salir mañana por la mañana, y sentado en el escritorio, frente a la computadora, miras el reloj de windows ubicado a un costado inferior derecho y ves un número muy familiar: 3:20 a.m. Entonces estás casi seguro de la inviabilidad de tu idea. Pero no. No, porque a pesar de todo te has levantado la mañana del lunes 10 de enero y te has puesto una tenida medio formal, con el siempre buen ponderado toque rockero y los zapatos baqueros, y te has maquillado y empapado de fragancia por si algún puto jefecito se percata de tu osadía. Y bueno, sales de la casa, el rostro pálido y la acidez de la boca que no ha probado bocado te asusta, aún cuando te hayas cepillado los dientitos. Caminas hasta la estación de metro, pero vas enfadada porque la vereda aún no ha sido reconstruida y tus bellos zapatos baqueros se topan con un montón de polvo de construcción y con piedras y tierra, y estás harta, hastiada de tanta negligencia de la municipalidad y de los monigotes del ministerio que no piensan en la salud mental de las personas.

Llegas a la estación y sacas del bolsillo de tu pantalón rockero el pase escolar, que en realidad debería llamarse “pase estudiantil”, te pones en frente la carpeta RHEIN para que el estático guardia se crea el cuento de que aún estás con clases en la Universidad. Por supuesto aprovechas de ponerle dinero a ese pase para que después no tengas que comprar boletos y así todo sea más camuflado y no te salgan otras chaquetas amarillas al camino.

Has encontrado la dirección del primer anuncio “se necesitan jóvenes full o part time. Ahumada 765. 10 hrs. $120.000” Subes al senil ascensor y te das cuenta del olor a desagüe del edificio; piensas en tu cama, en estar postrado en ella con tu gata que ronronea todo el tiempo y que apoyada sobre tus pies parece observarte mientras duermes, pero después te das cuenta que lo único que quiere es que te despiertes para recibir su gati de pescado. Hay personas allí, en una fila tediosa, algunos con traje pseudo-formal - se nota que es la ropa que se han comprado para año nuevo- y otros no tienen escrúpulos en presentarse andrajosamente. Caminas con paso firme hasta la recepción donde una mujer de treinta y algo te recibe el currículo y te dice que esperes a ser llamado. Dices: “bueno, gracias” y te sientas en el suelo, al igual que todos, y piensas que los de esa empresa son unos hijos de la tula, ¡qué les cuesta poner unas sillas en el pasillo para la espera! Tras unos 40 minutos escuchas tu nombre. Te levantas y te diriges hacia la voz del llamado. Te das cuenta de que el borde de El Mercurio se está asomando por la abertura de la carpeta RHEIN y tratas de disimularlo ante la recepcionista. Te hacen pasar junto a otras víctimas a una sala con sillas para todos y un tipo de camisa azul y pantalón negro, muy moderno, comienza una suerte de sermón instructivo a modo de introducción a lo que es “el arte de encuestar”. ¡Dios santo!

“120 lucas al mes? No. 100 pesos por encuesta y por tomar los datos del tipo que se detiene con el semáforo en rojo. ¡Qué barbaridad! Tienes dos minutos para encuestar al conductor de un automóvil; sientes en carne viva cómo penetran los ardorosos rayos del sol en tu cuero cabelludo y en tus brazos. Le dices al tipo que lo consideras miserable y ante su notoria molestia te marchas. Sientes rabia porque hay personas que sí aceptan ese tipo de trabajos y así, al mismo tiempo, están aceptando la inmundicia que contribuye a la mediocridad de nuestro lindo país.

Te detienes ante el flamante semáforo para peatones y con tu frente en alto te diriges a Alameda 912.